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                                                                                                                       Y TODO LO QUE ES  MISTERIO.

                                                                                                                       EL Cultural. El Mundo. Luis María Anson

 

 

                                                                                                                      ÚLTIMO TANGO EN AUSCHWITZ

                                                                                                                      Filosofía Hoy Número 47. Mayo de 2013

 Música en medio del horror. ¿Cuál es el papel del arte allí? Si tu vida dependiera del sorbo que ofrece tu posible verdugo,¿no tocarías para   él?    En Último tango en Auschwitz (Akal), Andrés Sorel hace un retrato del horror desde el inquietante punto de vista de quienes no eran ni muy buenos ni muy malos, de quienes se dedicaban únicamente a obedecer, a sobrevivir.

Concierto en el campo

 

”La muerte es un maestro alemán,

 grita más oscuro el tañido de los violines,

 así subiréis como humo en el aire,

 así tendréis una fosa en las nubes,

no se yace allí estrecho”.

  PAUL CELAN

 

Esos poco metafóricos versos de Celan inspiran esta novela que toscamente se resume como la evocación del paso de un violinista judío por el campo de concentración de Auschwitz. Pero este no es otro libro sobre los horrores del nazismo –que también–. Es un libro sobre la siempre difícil existencia entre fronteras, en el limbo, en el rastro de grises que deja una realidad donde nada es blanco o negro.

 Porque Auschwitz como metáfora, no como realidad, no es una historia de buenos y malos, inocentes y culpables. Porque los muy malos, quienes dictaban las órdenes, eran muy pocos y estaban normalmente muy lejos, y el resto se limitaba a cumplirlas. Y nada más. Y nada menos. Porque entre esas órdenes estaban las de limpiar los crematorios; robar a los muertos; asesinar, violar, descuartizar…; entre esas órdenes también las de interpretar música para los kapos o para acompañar a quienes iban a ser conducidos a los hornos; o para aliviar a los que abrían las espitas. La obediencia debida era la muerte del pensamiento. Y del sentimiento. “¡Qué importa un niño menos, devorado por la gran selva! Ha muerto el sentimentalismo (…). Callaos. Cállate o te mato”. Su puesto en la orquesta le permite al narrador sobrevivir en el campo. Come mejor que el resto de los presos y conversa –sin la represalia de la muerte– con quienes, como él, no han perdido totalmente la facultad del diálogo, la palabra.

Así se plantea un interesante diálogo con un teniente de las SS. Sus argumentos parecen lógicos: el monstruo, de cerca, es menos monstruo. “Quienes llevan ya un año o más en el campo ¿no se identifican con la mentalidad, la rutina que reina en él?; con nosotros, ¿no adoptan las formas de vida y los usos, palabras y gestos de sus guardianes? Vosotros mismos. Sobrevivir es convertirse en uno de ellos. ¿Culpa dices? La obediencia no es culpa”. La última sentencia, la del escalofrío, es la que sostuvo el teniente coronel de las SS Adolf Eichman como argumento de defensa en el famoso juicio que originó el libro de Arendt Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. De hecho, la obediencia a la norma es el bien. ¿No era eso lo que defendía Kant?

 

El sobreviviente,

por no haber muerto

con los otros, recibe

una nueva condena:

la del recelo

 

El filósofo está presente en el discurso reflexivo que plantea el texto. Y bien acompañado por otros colegas pensadores y escritores como Adorno, Heidegger, Georg Trakl, Stanislaw Lem o el imprescindible Celan. A ellos recurre el violinista una y otra vez ante el estupor que le causa seguir viviendo y ante el estupor que causa él mismo: la figura del sobreviviente que, por no haber muerto con los otros, se convierte en algo así como un sospechoso, un nuevo condenado cuya extraña existencia a menudo acabará en el suicidio (le pasó al propio Celan).No es un libro complaciente. Se trata, más bien, de un libro escrito de espaldas al lector que se puede volver irritante por momentos (los de las repeticiones de frases, párrafos enteros...). Pero, un momento: ¿qué es un poco de incomodidad comparado con lo que se va narrando? Si el lector acepta el envite, seguirá leyendo. Para acabar desconcertado ante un personaje final que trae la moraleja, levanta el velo. Porque los lobos, sí, solo existen en los cuentos, como dice la misteriosa Emma. Lástima que Auschwitz no fuera uno de ellos y que sus responsables no fueran lobos, sino seres humanos tan parecidos a ti. A mí. PGR

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 ÚLTIMO TANGO EN AUSCHWITZ     Andrés Sorel

“Último tango en Auschwitz”, de Andrés Sorel

Nadie habla de Auschwitz; si habla, no comprende nada; si comprende, lo olvida enseguida.

Ley de Auschwitz (sin autor)

Hay quien asegura que sobre la Alemania nazi ya se ha dicho todo lo que se podría decir, que volver a este asunto no es más que quemar las tintas sobre un tema escabroso en un intento de esclarecer un periodo histórico que conviene olvidar.

Y entonces, como un fantasma que nunca desaparece por completo (en España lo sabemos muy bien), comparece la memoria, esa ingrata invitada que arremete contra los mejores deseos de encontrar en el pasado siquiera un vago impulso que nos aliente a la hora de dar con la clave de un futuro mejor. Aunque el recuerdo, en demasiadas ocasiones despiadado, no confiesa más que lo que ya nos temíamos: que todo se repite, que el viejo adagio latino eadem, sed aliter (lo mismo, pero de distinta forma) domina el mundo y el paso del tiempo. Que el samsara hindú predomina. Que la rueda de Ixión nunca se detiene. Y quizás, sólo quizás, sea cierto.

¿Cómo se puede desde la normalidad narrar la anormalidad, y más hoy día, cuando todo se convierte en espectáculo: la literatura, el crimen, las guerras, el amor, la muerte?

Último tango en Auschwitz, Andrés Sorel

En Último tango en Auschwitz (Akal, 2013, 256 pp, 16 €), novela postrera del celebrado escritor segoviano Andrés Sorel (1937), se hace frente a esta delicada tesitura a la que se enfrenta toda vida humana, tomando como referencia uno de los paradigmas políticos y sociales más nefastos de la historia: el holocausto nazi. A través de una prosa delicada -aunque directa y severa- , que no tiene reparos en llamar a las cosas por su nombre, Sorel nos introduce en la realidad de los internos que, día a día, dejan de enfrentarse al enemigo declarado para tomar como verdadero frente de combate el sí mismo. Un sí mismo que, incluso, llega a perder su propia identidad: “Contemplo los números grabados en mi antebrazo izquierdo: 178.825. Ése es mi nombre”.

Lo peor llega, y por eso se transforman en musulmanes [en el lenguaje del campo, esqueleto viviente, que ha perdido las ganas de vivir, al que evitan el resto de los prisioneros], cuando dejas de sentir, cuando ya no te molesta el viento, la humedad, el frío, el olor a muerte. Y sobre todo cuando no sientes hambre. Ese es el camino que conduce al fuego. No lo olvides, muchacho. No lo olvides si quieres sobrevivir al infierno.

Último tango en Auschwitz, Andrés Sorel

Pero nada es fácil cuando “el viento del oeste trae el hedor a muerte”, cuando los internos observan cómo innumerables niños, ancianos, hombres y mujeres pierden sus nombres e historias para “regresar a la nada”… en vida.

Sorel juega, en un giro inteligente y atractivo desde el punto de vista narrativo, con la pluralidad de perspectivas que se dan en el campo de concentración. Para algunos, éste presenta la más absoluta tragedia del hombre, mientras que para otros no es más que un paso inevitable para la consecución de un fin mayor (en un enfoque, se podría decir, hegeliano).

Y es que, puede que recordando a Marcuse, el autor explica por boca de uno de los personajes que “el nazismo no es una anécdota o un paréntesis en la evolución de la historia, sino consecuencia de la civilización y el progreso encauzados de una manera unidimensional”.

Tal vez el verdadero drama resida en este punto: en que el holocausto se llevó a cabo, como nos deja caer Sorel en más de una ocasión, en nombre de un ideal de la razón. Ni siquiera los -llevados a gloria- progresos científicos (tan “racionales”, tan “civilizados”) parecen constituir un claro avance en lo que a la contención del mal se refiere. Más bien parece suceder todo lo contrario. El ejemplo de la Alemania nazi muestra cómo los ideales del progreso pueden llegar a invertirse para desembocar en una absoluta autodestrucción radical de la razón. Como apunta Sorel en una magnífica sentencia de la novela que os presento, “En los campos de exterminio murió también el lenguaje”, o más adelante, “Lo que no puede ser concebido tampoco puede ni contarse ni entenderse. Era la propia civilización la que se había vuelto irreconocible”.

Si el silencio obligado de los pocos que saben entre la masa ignorante y ciega es ya de por sí siniestro, resulta verdaderamente aterrador el espectáculo de una muchedumbre donde todos saben y se callan, donde cada uno lee la verdad en la mirada huidiza o aterrada de los demás.

Thomas Mann, Doktor Faustus, XXXIII

El nazismo inventó una forma de criminalidad que, se puede decir, pervirtió el concepto mismo de crimen: este es cometido en nombre de una norma racionalizada y no, como en el caso de Sade, como una transgresión de los convencionalismos sociales o como una pulsión no domesticada. Günther Anders (1902-1992) pensaba que todos nosotros podemos vernos implicados, sin saberlo e indirectamente (cual piezas de una máquina), en acciones cuyos efectos seríamos incapaces de prever y que, de poder preverlos, no podríamos aprobar. Si algo ha provocado la tecnificación de la existencia es la posibilidad de que seamos, en expresión de Anders, “inocentemente culpables”.

Pero precisamente por esa condición de inocente culpabilidad hay que atreverse a nombrar lo innombrable, a interpelar a la memoria y armarnos del valor necesario para reconocer -como explica magníficamente Andrés Sorel en una afirmación que bien podría aplicarse a más de un problema social de la actualidad- que si todos nos refugiamos en el silencio, sólo hablarán ellos, quienes no van a desaparecer, los fascistas. Y la multitud permanecerá como siempre, sorda y ciega hasta que alguien la necesite, espolee y la haga vociferar.

 


 

 

Último tango en Auschwitz, de Andrés Sorel
Un viaje al infierno, al lugar más indecente de nuestra historia

Sergio Torrijos – laRepúblicaCultural.es

Cada vez es más extraño encontrar libros semejantes a éste, son rara avis, animales cercanos a la extinción, aunque cuando se halla uno y se mira el panorama editorial se siente una profunda lástima del estado actual de la edición y de la labor editorial. Esta novela no sería editada en muchos más sitios, apenas se la daría importancia y, casi con seguridad, sería tachada de demasiado dura o demasiado intelectual, lo cual, es más que discutible.

Lo que nos propone El último tango en Auschwitz es un viaje al infierno, al lugar más indecente de nuestra historia como raza, un lugar dónde nada valía salvo la supervivencia y en ese punto es donde se centra el escritor. No es en los afanes de sobrevivir, tarea complicada en semejante entorno, sino en lo que queda a los que sobreviven es donde se enfoca la novela, esa sensación de que el “Lager” siempre estará dentro de ellos, que quedaron más dentro que fuera y que el simple hecho de sobrevivir fue una condena igual o similar a ser víctimas.

Parece absurdo, verdad, pero ese pensamiento, extraído de lo que los pocos que vivieron en aquel campo y pudieron contarlo, es muy real, muy humano, pues ante semejante carnicería quién se libró de ella se sienta en deuda con las víctimas, aunque por una asociación mental ya no sería tal.

La barbarie disfrazada de burocracia y de organización, la destrucción de todo lo que nos puede unir como seres humanos, en este caso más en concreto la música, y sobre todo el intento de comprensión de semejantes actos no son lo fundamental de la novela, sino un añadido más, lo básico no son las victimas, ni los verdugos, lo fundamental es la sensación de que un gran vacío se abrió en nuestra concepción del mundo y más aún en nuestra idea de humanidad, algo se quebró y el resultado fue aquel campo: “Pues en realidad no existió aquel día para los cientos de millones de seres humanos que ese día vivieron otro día, un día de agosto del año 1944 en Auschwitz en que fueron gaseadas y después quemadas veinticuatro mil personas sin nombre, seres cuyo único delito consistía en haber nacido y vivido hasta entonces de manera más o menos normal pero bajo el estigma de pertenecer a un pueblo antiguo condenado por la Historia (y la Historia, como los mercados, parece carecer de nombres concretos, de responsables que la escriban o manipulen- y que fueron conducidos a la muerte por otras criaturas que también parecían humanas y vivían y cumplían sus obligaciones marcadas por leyes) la Historia, los mercados, también se rigen por ellas- que acataban sin discusión y sin entrar en su significado y trascendencia, unos continuaban viviendo, otros morían, y nadie guardaría memoria, ni constancia quedó en parte alguna, ni trascendencia llegaría a alcanzar aquel día de agosto del año 1944, pienso yo, K”.

La novela es de gran altura, muy bien hilvanada y narrada con gran maestría, no importando el lector final sino lo que se cuenta y como se cuenta, lo cual y a estas alturas es más que de agradecer. La prosa es poderosa, retorcida y por momentos rebuscada, buscando y generando la sensación de pensamientos retorcidos y monotemáticos, saltándose las circunstancias más accesorias y centrándose en lo principal. Creando una sensación muy particular, muy centrípeta que parece tomarnos y absorbernos cual remolino.

Es muy de agradecer la labor del escritor, que pese a tocar temas brutales, término que queda corto, no trata de impactarnos con elementos descarnados, sino con una mirada severa y atenta de una realidad que por momentos abochorna, no es ahí donde tiene su punto fuerte la novela, sino en la sensación de liviandad que tiene la vida humana, más aún cuando es narrada desde el punto de vista de un preso en Auschwitz.

La novela merece no sólo nuestra recomendación más fervorosa sino un aplauso muy sentido. No es para todos los públicos, a muchos espantará o simplemente horrorizará, lo cual no es el propósito, pero para los que sean capaces de resistir un poco, les aseguro que merece la pena, muchísimo, una obra poderosa y de una potencia visual que hacía tiempo no veía. Se la recomiendo encarecidamente.

 

LEY DE AUSCHWITZ: NADIE HABLA DE AUSCHWITZ; SI HABLA NO COMPRENDE NADA; SI COMPRENDE, LO OLVIDA ENSEGUIDA. 


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LAS GUERRAS DE ARTEMISA. La lucidez de un hombre comprometido.

Las Guerras de Artemisa, la nueva novela de Ándres SorelPEDRO GARCÍA CUETO

Andrés Sorel tiene una larga carrera como novelista, también ha cultivado el ensayo, pero siempre ha demostrado su compromiso con las ideas progresistas, defendiendo los derechos del ser humano, los valores que tienen que ver con el hombre, su presencia en el mundo, lejos de los engranajes del poder que han mermado nuestra sociedad irreversiblemente.

Sorel no esconde el deseo de denunciar y sí ama la verdad que hay en el lenguaje, lejos de las palabras pervertidas por el poder y por el cinismo de los que nos llaman ciudadanos.

Ahora acaba de publicar Las guerras de Artemisa en la editorial El Olivo Azul, una novela que ahonda en el conflicto de España con Cuba, en la figura del general Valeriano Weyler y en lo que se llamó los campos de reconcentración, donde el tiránico general impuso su poder a sangre y fuego. La novela no olvida la mirada de otros seres, como la de Manuel Ciges Aparicio, un hombre íntegro, un intelectual que sufrió la censura y la condena de los tiranos por denunciar los abusos de Weyler en Cuba.

No hay que olvidar las descripciones que hace Sorel sobre Cuba, maravilloso lugar al que el escritor segoviano, enamorado de sus gentes, de su aroma, de su vida que destila por los poros la autenticidad de un mundo sin caprichos, donde el mayor placer es el trato con los demás, lejos de nuestras pasiones por el consumismo atroz en que nos movemos. En Cuba, la carencia de las cosas no necesarias agudiza la necesidad de enfrentar la verdad al otro, lejos de apariencias y de materialismos.

LA MIRADA DE VALERIANO WEYLER Y DE MANUEL CIGES APARICIO.

La novela de Sorel comienza en la época final de Weyler, en su calle Ferraz con la vista puesta en el paseo de Rosales, el general tiene pesadillas, se acuerda de Herminia, el olor de la mujer, como un animal en celo está siempre presente, violador de cubanas, ególatra, ser despótico y brutal, parece que ha soñado su pasado, su terrible tiempo de sangre.

El escritor segoviano nos habla de su corta estatura, de su carrera militar, de su odio hacia todo. La brillante prosa de Sorel es magistral:

“La ira y violencia con que respondía a cualquier mínimo atisbo de burla o menosprecio se marcaba en las venas que se hinchaban en su frente y que adquirían su violácea tonalidad, y en el movimiento de sus dedos, que se tensaban como si fueran a clavarse en la garganta del adversario” (p. 52).

Es destinado a Cuba en el gobierno de Cánovas para acabar con los disturbios que están ocurriendo en la isla. Allí, Weyler ejercita la profesión que domina, la de matar y la de violar sin cuartel. Las descripciones de Sorel son realmente desgarradoras, contadas a través de uno de los soldados, llamado Piedelobo:

“Aprendimos a matar, nos comportábamos peor que las bestias, despreciábamos la vida humana en aquel cuerpo que dictaba sus propias leyes. La mayor parte de la tropa eran negros, carne de presidio, y eso poco tenía que ver, o sí, que yo no entiendo, con el color de su piel” (p. 55).

Las escenas de la guerra están presentes, nos parecen las imágenes cinematográficas de aquellas películas donde la guerra se percibe, salpica con su violencia a nuestros ojos impávidos, también el abuso y la violación están presentes:

“A orillas del Cauto fueron violadas y asesinadas algunas mujeres, niñas casi, porque se decían que estaban emparentadas con mandos de las tropas enemigas” (p. 60).

Weyler, odiando cualquier tipo de dignidad pide que desnuden a las mujeres que han apresado, que fuesen fustigadas con los látigos.

Para Sorel, la locura humana, tan bien reflejada en las obras de Shakespeare, donde anida el poder y la ambición desmedida, es la simiente que ha horadado el mundo, creando, desde la Antigüedad, el bien y el mal, la capacidad de crear como superación y de destruir como afán contrario al primero.

Las imágenes eróticas del general y de otros de su tropa, violando a las mujeres, nos sobrecogen, tienen la verosimilitud que no tienen, pese a ser tan reales, las que nos muestran en televisión diariamente. Esa falta de reacción, sí cala en la novela, porque estamos solos frente a la mirada de Sorel, lúcida y herida por la barbarie humana.

Otra mirada clave es la de Manuel Ciges Aparicio, su integridad, su deseo de denunciar el horror, abren un sendero de luz en las tinieblas en que transita el libro. Sorel lo describe con maestría:

“Un hombre delgado, cetrino, como si el sol hubiera caído sobre él a plomo desde que nació oscureciendo su rostro, que tomó el color de las aceitunas ya maduradas, de aspecto triste, apenas alguna sonrisa leve y de escasa duración cortaba aquella sombría expresión que reflejaba un alma atormentada, …” (p. 67).

Ciges Aparicio sufre con el ser humano, se pone en su lugar, se lamenta del mundo y de su agonía, frente a Weyler, orgulloso de su brutalidad, insensible ante la barbarie que ha gestado.

Hay otros personajes fundamentales como Tula, una de las seguidoras del líder revolucionario Maceo en el deseo de independencia de Cuba. Sus encuentros sexuales con Juan Vives demuestran la enorme sensualidad de la mujer cubana, hecha del aroma que impregna la isla en cada uno de sus poros, donde corre el sudor del deseo y del placer.

No hay que olvidar Artemisa, nombre de la mitología, hija de Zeus y Leto, hermana de Apolo, era una diosa de la caza. Aquí es el lugar donde se encuentra la trocha Mariel Majana, capital militar de Pinar del Río. Allí estaba el general Arolas, uno de los mejores amigos de Weyler.

Para Sorel, Cuba es fundamental, por ello, la novela transita por sus hermosos lugares, los que el escritor segoviano, enamorado de la belleza del paisaje, ha recorrido en sus largos viajes a la isla. La documentación es otro de los méritos de la novela, arduo trabajo de investigación que, sin duda, ha sabido llevar a cabo el escritor segoviano:

“En Pinar del Río abunda una planta olorosa, de flores de color amarillento y blanco o verde que responde a ese nombre, que ya distinguía con él por otra parte a uno de los primeros cafetales establecidos en el territorio” (p. 124).

Vivió allí una hermosa joven Artemisa Pedrea. Por ello, el lugar es misterioso, hermoso y la presencia de los soldados españoles una especie de castigo para su belleza.

No pretendo desentrañar muchos momentos de la novela, por ello y con el afán de quedarme con uno de los más intensos, paso a describir el miedo de aquel al que se priva de libertad, como es el caso de Ciges Aparicio cuando se descubre la denuncia que ha llevado a cabo sobre el genocidio de Weyler, la tristemente famosa reconcentración:

“Es acariciante el susurro del viento sobre las hojas, el silencio, mas para un preso sólo existe la angustia de su situación, el miedo a lo que pueda acontecerle en cualquier momento. Escucha los sonidos de la trocha, esa alerta que va alejándose, acercándose. Los mosquitos sobrevuelan el espacio exterior. Tiemblan las ramas de los árboles” (p. 248).

La vida pende de un hilo cuando otros deben tomar una decisión que sólo sería asunto de uno, vivir o morir, pero en la celda, el tiempo es lento y está lleno de sombras, como las que asolaban a Macbeth tras el asesinato cometido o a Hamlet tras la voz de su padre muerto.

La suerte de Ciges Aparicio no terminará allí, sino mucho después, al comienzo de la Guerra Civil española, cuando será fusilado por los verdugos de la República.

Estoy seguro de que la mirada de Sorel es la de Ciges Aparicio, plena y honda, en pos de una verdad que se esconde sobre cientos de cadáveres que aún pasan a nuestro lado, sin darnos cuenta.

Weyler, abandonará Cuba, cuando comience el turno de gobierno de Sagasta, al conocer los abusos que se han cometido, pero el general seguirá siendo el hombre implacable que desprecie al mismo Franco y será modelo para hombres tan sanguinarios como el general Millán Astray, aquel que dijo en la Universidad de Salamanca “Viva la muerte” frente a Unamuno, ya desgastado y doliente ante los acontecimientos trágicos de nuestro país.

Sorel estructura la novela, si primero nos habla de las perspectivas de los diferentes protagonistas (interesante también la figura del capitán Martínez Calonge), después nos habla de Artemisa, de la belleza de Tula, para hablar luego de la Guerra, el genocidio que, decidido a denunciar lo que otros, contemporáneos a los hechos, no supieron o no quisieron ver, cubrió de horror las bellas tierras cubanas.

Si en el capítulo inicial la figura del tirano cobra toda nuestra atención, al final es Ciges Aparicio, su tremenda humanidad, la que nos desarma, enfrentándonos a su destino adverso, un sino que ya venía trazada desde sus tiempos de sargento en Cuba y que fue fraguando, a través del compromiso ético con los seres inocentes, con la necesidad de denuncia, tema esencial en la novela del escritor segoviano.

La pericia narrativa de Sorel es diversa, ya que no se había tratado con suficiente atención este tema oscuro de la historia de España, pero tampoco hay demasiadas novelas donde las víctimas y los verdugos aparezcan con tantas oportunidades de protagonismo, la fe de Sorel en denunciar la verdad no elude la barbarie, ésa que nuestro progreso, sin darnos cuenta, ha propiciado.

Estamos ante una novela esclarecedora, porque nos enfrenta a nosotros mismos y a nuestra capacidad para el bien y para el mal, al igual que Conrad supo ver en su inolvidable El corazón de las tinieblas. Ese paseo por el infierno es también el que nos brinda, con tristeza y con extrema lucidez, Andrés Sorel en su última novela.


 

MIGUEL HERNÁNDEZ, MEMORIA HUMANA. Una novela de Andrés Sorel

 

Miguel Hernández, memoria humanaPretende este libro alentar la memoria que no precisa de fechas conmemorativas: ha de permanecer siempre viva {…]Procurando que “su corazón no tirite helado”en los consagrados lugares donde habita la cultura oficial, donde se ubican entre miles de libros de toda índole, sus libros o los libros que sobre él se han escrito. Él mismo reclamaba la emoción.Y emocionalmente escribimos.

Miguel ha descubierto y comprendido ya, sin lugar a dudas,que el viejo y retrógrado catolicismo, con su secuela de costumbres puritanas, de hábitos represivos y al tiempo explotadores de los seres humanos, de conformismo para mayor gloria y perpetuidad del poder no sólo religioso, sino político e incluso cultural,ha muerto para siempre en él.

El grito de la herida, del sufriente, de la muerte, de las huellas que en la vida diaria, individual y colectiva, va dejando en los pueblos la tragedia de la guerra, universaliza en la escritura de Miguel Hernández el dolor de España para transformarlo en el dolor del mundo.Que no olviden los franquistas que. si a Lorca lo fusilaron, a Miguel Hernández lo asesinaron lentamente, lenta y cruelmente.

Miguel Hernández, lágrima de nuestra impotencia, sonrisa de nuestro dolor,esperanza de nuestra prolongada amargura,arma poética portada entre los dientes que no pueden serrar la escarcha con la que se nos amamantó en la infancia, creció como la palma más alta de la tierra, para convertirse en semilla impulsada por los vientos que él mismo cantara, en numerosos corazones.

Fragmentos

Puede adquirir este libro en: edicionesvitruvio.com, Casa del Libro o en su librería habitual.

 

LAS GUERRAS DE ARTEMISA.
Andrés Sorel

Las Guerras de Artemisa, la nueva novela de Ándres Sorel

Artemisa, capital de la trocha y de la guarnición militar de Pinar del Río, Cuba, 1896: un imperio se resquebraja, y con él los militares que lo defienden. El misterioso e instruido Juan Vives, el inocente Martínez Calonge y —sobre todo—
el escritor Manuel Ciges Aparicio, que no duda entre su deber ante la patria y su derecho a la libertad, nos mostrarán sus penurias y deseos en una novela sobre la capacidad humana no ya para sobrevivir, sino para resistir ante el horror.

En Las guerras de Artemisa, su obra más ambiciosa, Andrés Sorel aborda —por primera vez en nuestra literatura— la reconcentración en la Guerra de Cuba, que ordenó el general Valeriano Weyler cuarenta años antes de los campos nazis.

Sexo y violencia, paisajes físicos y humanos, historias íntimas y dramas colectivos con los que Sorel narra el acontecimiento que cambió nuestra historia.

«Andrés Sorel defiende el compromiso del escritor con sus
propias convicciones, al margen del mercado, el consumismo
y el poder corrupto
El País.

El Olivo Azul Editorial
Iria Rebolo
Editora
C/ Diego Serrano nº 21 local - 14005 Córdoba
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ILUMINACIONES, ANTONIO GAMONEDA.

 

Iluminaciones, Antonio Gamoneda, la nueva novela de Andrés Sorel


LA CAVERNA DEL COMUNISMO

Sinopsis

La Caverna del ComunismoAño de 2007, diecisiete después de que Nicolás Ceausescu fuese ahorcado, en los sótanos del Palacio que él no pudo inaugurar, un minero allí encerrado, continuará cavando la tumba del Conducator rumano, en el edificio más suntuoso y opulento que el comunismo construyera en el mundo. Le acompañan las sombras de los hombres y mujeres que vivieron en el siglo XX.

Los campos de concentración, las mentiras triunfalistas, la corrupción política, la inocencia sacrificada, la lucha por el poder, la ambición, el amor, la crueldad, la ironía, la tragedia, el holocausto comunista, se desarrollan sobre el escenario de la Historia a través de un puñado de personajes que en ella jugaron un decisivo papel en escenarios que van de Moscú a Viena, de Rumanía a España, de Copenhague a Camboya o Corea del Norte.

Se trata, sin duda, de una apuesta ambiciosa, arriesgada y polémica. Una reflexión que pretende iniciar un necesario proceso crítico para regenerar la utopía revolucionaria, en la idea de Antonio Gramsci: “La verdad es revolucionaria, y la mentira reaccionaria”.

¿Una novela? Sin duda. Pero una novela que pese a su carácter imaginativo y fantástico, es un viaje a las entrañas del acontecimiento más extraordinario y traumático que protagonizó el siglo XX: el surgimiento, auge y caída del comunismo. Una de las novelas más catárticas y amargas que se hayan escrito en Europa sobre la derrota del comunismo en el siglo XX. Narrada desde la izquierda y para “la otra izquierda, la no burocrática” en un proceso que abarca sus principales desarrollos históricos y que indice en los problemas humanos. La tragedia, en la estela reflexiva de Platón y dramática de Shakesperare, rinde al tiempo homenaje a Kafka, que supo anticipar el mundo contemporáneo en el que el ser humano sería acosado y destruido por la Ley y por su ceguera e impotencia para traspasar las cerradas puertas del castillo tras las que se sitúa la libertad.

Indice

Capítulo Primero. LA CANCIÓN DEL MINERO.

1. El minero en la Caverna de Platón.
2. Las grandes mentiras del hombre del callejón.
3. El juez de Transilvania.

La Canción del minero

Capítulo Segundo. PRINCIPIO Y FIN DEL SUEÑO.

4. Los viajes de Anna Lárina.
5. Los papeles de Carlos Marx.
6. Kierkegaard, Karl Krauss: literatura y revolución. Las tesis de Bujarin.

Principio y fin del sueño

Capítulo Tercero. LA SOLEDAD DEL ESCRITOR PERDIDO.

7. Aquella voz perdida en la caverna.
8. Nuevas sombras en la caverna. Walser y Broch no hablan de comunismo.

La Soledad del escritor perdido

Capítulo Cuarto. KOBA REAPARECE EN EL ANGKAR.

9. El fiel guardián de la Revolución.
10. El hermano número 1 y su leal ayudante.

Koba reaparece en el Angkar

Capítulo Quinto. EL TOPO VA CERRANDO LA HISTORIA.

11. Pantera negra, gacela blanca.
12. Un día vendrá el Apocalipsis del hombre, no el de Dios.

El topo va cerrando la historia

Personajes

Esta novela no hubiera podido realizarse sin la presencia, entre otros de:

Samuel beckett BECKETT, SAMUEL
Hermann Broch BROCH, HERMANN
Nicolai Bujarin BUJARIN, NICOLAI
Elias Canetti CANETTI, ELÍAS
Nicolas Ceausescu CEAUSESCU, NICOLÁS
Elena Ceausescu CEAUSESCU, ELENA
  CONCE (Seudónimo de una dirigente política norteamericana)
  EL ESCRITOR (Sin nombre).
  EL LECTOR (Sin nombre).
Máximo Gorki GORKI, MÁXIMO
  K. (El minero, último habitante de la caverna).
Franz Kafka KAFKA, FRANZ
Koba (Stalin) KOBA (Stalin).
Karl Kraus KRAUSS, KARL
Anna Larina LÁRINA, ANNA (Hija de Yuri Larin, mujer de Nicolai Bujarin)
Vladimir Lenin LENIN, VLADIMIR
Richard Nixon NIXON, RICHARD
Platon PLATÓN
Pol Pot POT, POL
  SANLLO (Seudónimo de un dirigente comunista español).
Sissi (Emperatriz de Austria) SISSI (Emperatriz de Austria).
León Trotsky TROTSKY, LEÓN
Robert Walser WALSER, ROBERT
William Shakespeare SHAKESPEARE, WILLIAM (Sus palabras e ideas se encuentran en los hechos y las voces que se proyectan en los muros de la caverna, comi si él fuese el impulsor de las acciones y los razonamientos, de las explosiones humanas y trágicas historias en ellas sucedidas).
Andres Sorel SOREL, ANDRÉS (El transcriptor de esta fantasía política).